Santa Beatriz celebra sus fiestas patronales
Todo estaba listo a las cinco de la tarde del 1 de octubre en el jardín de la Parroquia de Santa Beatriz y en la plaza ajardinada que la circunda. Antes, a lo largo de la mañana de ese sábado que amanecía cálido y luminoso, una pléyade de voluntarios: niños, jóvenes y adultos, habían estado montando el enmarañado espacio festivo: carteles, adornos, carpas con mesas para la chiquifest, barras para el ambigú, el territorio barbacoa, cuidadosamente preparado; el mercadillo, los expositores para las tortillas y los postres del concurso, las mesas para el mus… Además de las banderolas, un arco de globos blancos y azules ─los colores de la santa─ daba la bienvenida al recinto sobre el portón de entrada. La tarima, que no escenario ─hubo quien se lo hizo ver meridianamente claro a la autoridad─ también quedó montada con el sonido, las luces y un simpático decorado de globos. Dentro del Centro Parroquial no quedó ni una silla ni una mesa disponible. Con muchísima ilusión, todo este equipo parroquial de improvisados feriantes había puesto alma y corazón para que pudiera arrancar la gran fiesta que se esperaba tras dos años de parón por la pandemia.
A las cinco de la tarde fueron llegando los niños, al principio tímidamente, pero una hora después nuestro espacio para la chiquifest ya estaba desbordado y la pobre Marimar no daba abasto pintando caritas de gatos, superhéroes y hadas madrinas en los mofletes y la frente de los niños. Eran los primeros protagonistas de la fiesta. No se conformaron con las chapas, las manualidades y los dibujos, y se hicieron los dueños también del escenario, en el que nuestro magistral presentador Sergio Lozano, “Torpedete”, les deleitó con su buen estilo y con su magia.
Luego llegó el momento del pregón ─porque hubo pregón, aunque no pregonero─. Para nuestra sorpresa, el alcalde, Santiago Llorente, se unió a nuestra inauguración, en la que además estuvieron presentes concejales populares, de ULEG y de Ciudadanos, que nos honraron agrandando nuestra fiesta, que ya no era sólo del V Centenario, sino de todo Leganés. Pero qué apuro, porque lo que iba a ser un acto espontáneo y sencillo, ahora tenía que ser más protocolario. Salimos al paso. Después de una poesía que recorría de la cuna al cielo toda la vida de Santa Beatriz, declaramos inaugurada la fiesta y sonó la traca; también había una batería de bengalas. Más tarde llegaron los globos que se iban a lanzar al cielo.
Mientras los más jóvenes disfrutaban de una yincana en el solar de los coches, comenzaron las actuaciones. También los responsables del bar trabajaban ya a destajo. Las hamburguesas y perritos no alcanzaron hasta la noche. Nuestras “chicas del coro” interpretaron varias canciones, entre ellas el himno a Santa Beatriz. La fiesta cobraba alegría con la afluencia de más y más gente. Doce tortillas y otros doce postres, compitiendo en nuestro sencillo masterchef, deleitaban todos los paladares. Primero actuó el coro de la Casa Regional de Castilla La Mancha. Luego, dos cantantes espontáneos subieron al escenario haciendo alarde de voz y talento. Después llegaron los mariachis Maya-Honduras, que nos dejaron asombrados, sobre todo la pequeña Ashley. La noche la clausuramos con una zumba que nos hizo sudar y desinhibimos del todo.
El domingo amaneció con el mismo sol y unos grados más de temperatura, tiempo ideal para los actos en la calle. El templo se nos quedó pequeño para la misa, presidida por el que fuera párroco de Santa Bea durante diez años, D. Jesús Parra, actual rector del Seminario; y concelebrada por nuestros dos sacerdotes, D. Ignacio y D. José Luis. El coro interpretó sus mejores piezas y cantó magistralmente el himno a Santa Beatriz. El equipo de acólitos, seis, sirvió el altar con fervor, y el pueblo rezó la misa con gran alegría interior. Al final de la misa nos fuimos de procesión con la imagen de la Inmaculada, que portaban los fieles de la parroquia, y la imagen chica de Santa Bea, llevada por los niños. Santa Beatriz tenía un ejército de cincuenta pequeños anderos que supieron comportarse con muchísima educación y fervor tanto en la misa como en la procesión. Es el primer año que hacemos la procesión por fuera de la plaza, bajando hasta la calle Sefarditas, para volver por la calle Méjico. Un recorrido largo que hicimos en media hora, cantando y celebrando con alegría a nuestra santa, protegidos por los municipales que se portaron espléndidamente con nosotros.
Después de la procesión quedaba la entrega de premios. Mariví no cesaba de llamar a gente premiada; parecía que había más premiados que participantes. El párroco y los concejales fueron los encargados de entregar los galardones. Para cuando salieron los premios de la rifa, la gente ya había dejado el escenario para ponerse a la cola que atravesaba de lado a lado la plaza, y hacerse con una ración de paella o de migas, que estaban deliciosas con la sangría, todo preparado por nuestras voluntarias de Móstoles. Y así hasta las tres, hora en la que nuestra fiesta se fue apagando poco a poco.
Solo queda dar gracias al cielo por estos días de tanta convivencia y alegría, dar gracias a todas las familias que respondieron con su participación, a las autoridades que nos acompañaron, al ayuntamiento y la policía municipal, a las muchas empresas y negocios que patrocinaron los actos y premios, a los artistas que actuaron, a los muchos voluntarios de la parroquia y del barrio, al coro y a nuestros sacerdotes.
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